Solo tengo ganas de correr, parezco gato encerrado.
Historias de Ernestina Roldán.
Ernestina Roldán es escritora del estado de Tlaxcala, es originaria de Calpulapan y desde muy chica le gustó leer y escribir. Estudio letras y cuando vivió en la capital de Tlaxcala se hizo aficionada al cine y a la literatura, estás son sus crónicas del altiplano, basadas en historias reales que suceden en Tlaxcala y sus alrededores.
jueves, 3 de diciembre de 2020
sábado, 21 de abril de 2018
Desesperada
DESESPERADA
Por Ernestina Roldán
A
lo lejos se escuchaba esa cantaleta
sabatina “colchones, lavadoras, fierro viejo que venda”. Tenía la opción de
deshacerme por fin de todo lo usado, inservible, roto. Tomé la decisión y vi salir los colchones chipotudos,
el trastero de la abuela, las sillas arrinconadas, hasta el televisor.
Me dieron doscientos pesos por todo. Ahora sentada en el quicio de la
puerta, pienso en la cara que pondrán mis hijos al ver todo el departamento
vació, eso sí, les compraré un pollo para cenar; y hasta me alcanzó para un
poco de pan para mañana.
jueves, 29 de marzo de 2018
Luna Ciega por Ernestina Roldán
Luna ciega
Ernestina Roldán
—No
sé qué fue: la luna que alimentaba el celo animal de nuestros cuerpos o la
neblina que escurría por nuestra piel para convertirse en agua. Estábamos entre
las milpas con las manos enlazadas en un suspiro que ascendía al ritmo que
marcó nuestro cuerpo. Sudamos. Luego: falda, pantalón, camisa, medias, ojos:
ropa como cascada cayó al suelo y se fue con la corriente, nos olvidamos de
esposo, niño, novia, casa, perro. Desnudos con el calor de la noche y el lento rumor
del aire, nuestro cabello voló en busca de una guirnalda perdida en el
desierto. Desierto de ropas hallamos el campo cuando nos disponíamos a partir.
Caminamos
protegidos por las sombras de la noche, algunas luces del pueblo se prendieron,
un grito y en los separos regresamos a la cotidianidad de siempre. Llegó la
novia con: vieja, loca, perversa, chaparra y gorda. Se fueron juntos, la
madrugada caló mis huesos.
Desde esa
luna no lo he vuelto a ver, Juan y los niños creen que fue un asalto: solo el
carcelero me recuerda aquella noche, cada luna hay una renta que pagarle.
jueves, 22 de marzo de 2018
¡Vaya fiesta!
Ernestina Roldán
Rubén
llegó a su casa chorreando, con la mochila y útiles mojados, apenas y
saludó con un ya llegué y subió con su
mal humor a cambiarse, sus útiles eran tinta corrida por todas partes, los sacó
uno a uno y los puso en el piso para que se secaran, fue a darse un baño,
apenas había girado la llave del agua cuando escuchó la voz de su hermana:
—
¡Rubén! no te tardes que ya está todo preparado, pero ¿Cómo se te ocurre
meterte a bañar? apúrate, ya está todo listo para la comida.
Y
él con su humor de la patada, para fiestecita de cumpleaños no estaba, menos
con las cubetas de agua en la escuela y para colmo ¡quince!, además; no hacia
ni tres meses que había muerto su padre, su viejo querido, y a hermanita se le
ocurría hacer un festejo de quince años. En medio de su mal humor se vistió de
prisa y bajo con su eternamente ceño fruncido.
En
la mesa Marilú, su hermana mayor y madre discutían. Marilú tenía el rostro
desencajado, a punto del llanto y su madre negaba con la cabeza, al ver esto
Rubén se dijo que ése no era su día. La madre se levantó y lo abrazó
efusivamente, más de lo acostumbrado, más aún que cuando le dio la noticia de
la muerte de su padre;
—Felicidades,
le dijo, eres muy importante para mí, te quiero, siempre te voy a querer, siempre
he querido que seas feliz, siempre te voy a seguir queriendo.
Marilú,
tímida los invitó a que se sentarán. que no tardaría en llegar Marcos. Para
Rubén era comprensible que su madre estuviera nerviosa y pensó que era porque
su hermana había invitado al novio a casa, pensó que era lógico que Marilú,
después de enviudar, decidiera encontrar otro amor, así que haciendo un
esfuerzo por sonreír trató de hablar de otra cosa, preguntó por sus sobrinos,
que a qué horas llegaban. Marilú le dijo que estaban en casa de su tía, que
éste día, el día de sus quince años, comenzaba a dejar de ser un niño para ser
un hombre, que hoy era una fecha muy importante para él, que le dirían los
secretos de la familia y que sus sobrinos estaban muy chiquitos para enterarse.
Rubén, supuso que Gode se casaba, o que iban a hablar de la herencia y que como
ya era un joven este era su regalo, la bienvenida al mundo de los adultos.
Tocaron el
timbre, Marilú se arregló el vestido y dirigió a la puerta, de la boca de la
madre se escuchó un:
—No abras
hija, Mari no; mejor otro día. Hace tan poco de la muerte de tu padre, que
mejor en otro momento platicamos, es muy precipitado ¿no te parece?
Marilú no
volteó a mirarla y decidida abrió la puerta, era Marcos. Lo presentó con Rubén.
Marcos saludó a la madre como si la conociera de años, se sentó a la mesa,
Marilú empezó a servir en silencio la sopa, entre cucharada y cucharada decía:
—Rubén cumple
quince años, que rápido se pasa el tiempo, mamá ¡te das cuenta! ¡Quince años!
dentro de poco será un hombre, a esa edad conocí a Marcos ¿se acuerdan?
Marcos
callaba y asentía, la madre miraba con atención los labios de Marilú. Rubén,
sentía un hueco en el estómago, de plano se decía que hoy no era su día y
recordaba los baldes de agua helada sobre su cuerpo, y él, hecho un ovillo
junto a los bebederos escolares. Empezó a comer, en silencio, queriendo que ya
pidieran la mano, comieran rápido y se fueran, el tal Marcos; le cayó mal desde
su entrada:
— ¡Mucho gusto Rubén! te traje unos patines, feliz cumpleaños.
Viejo
hipócrita se decía, mientras Marcos señalaba con la mano una bolsa llena de
obsequios. La mesa era un homenaje al silencio, si no contamos los intentos
frustrados de Marilú por romperlo. La madre no dejaba de observar a Marilú,
cada movimiento, cada gesto, así llegaron al pastel, las mañanitas y todas esas
cosas que Rubén detestaba, contaba los segundas para ser libre, ir a su cuarto,
estar solo, solo, solo.
Así que se
atraganto el pastel y anunció su partida, Marilú le dijo que no se podía ir,
que Marcos había venido sólo para conocerlo, que tenían que platicar con él, la
madre pareció despertar de un sueño y gritó:
— ¡Gode te
digo que desistas! es una tontería, no, no lo hagas.
A Marilú se
le escurría la cara de tanto llanto, que apareció de pronto como contenido en
el tiempo, abrazaba a Rubén:
— ¡Perdóname
Gordo!, ya no puedo no puedo seguir callando, lo hice a la fuerza, Rubén, de
verdad yo no quería.
Rubén no
entendía nada, la madre dijo:
—Silencio todo,
basta de dramas, Rubén esto te incumbe a ti, así que espera unos minutos y
escucha, escucha con el corazón hijo, con el corazón.
Hizo una
pausa que a Rubén le pareció eterna y continuó:
—Marcos Y
Marilú son tus verdaderos padres, cuando ella se embarazó de ti era muy pequeña
y decidimos que lo mejor era que...
Rubén dejó de
escuchar no podía quitarse la idea de la cabeza, su madre verdadera era su
hermana Marilú, ¡no! y ese tipo, no, eso lo estaba soñando, tenía que
despertar, quiso salir corriendo, la mano de Marcos lo detuvo: —hijo no me das
un abrazo.
Rubén no
pudo, no, no era su padre, papá había muerto hace poco, él había estado allí
querían que lo olvidara, no eso no era verdad se decía mientras subía las
escaleras del departamento hacía su cuarto. Abajo todo eran gritos. Rubén
abrazaba sus libros y cuadernos. Abajo reclamos: Rubén se abrazaba a su
mentira. La madre tocaba la puerta, Rubén le grita que se vaya, la madre en la
puerta llora, Rubén abre, la abraza como si fuera una rama en el abismo, sólo
alcanza a decir: ¿mamá por qué?, ¿por qué?, ¡por qué!
lunes, 12 de marzo de 2018
¿Alguien quiere conocerme? un cuento de Ernestina Roldán
¿Alguien quiere conocerme?
Saben, ayer en la noche me encontré con
don Eusebio cuando cerraba la farmacia, no platicamos mucho porque yo quería
llegar a mi casa para ver la tele con Natalia y los niños; además venía muy
cansado del trabajo en la fábrica y pensando si lo de la huelga valía la pena.
Caminaba de prisa cuándo la vi, era terriblemente hermosa. No pude resistir su
magia y comencé a seguirla, desapareció abruptamente dejando una nota que decía:
“¿Acaso quieres conocerme? Te invito a cenar. Camina toda la Juárez y en Cuauhtémoc
dobla a la derecha. Te estaré esperando”.
Seré sincero, en ese momento se me
olvidó el cansancio y la televisión, mi paso se apresuró al encuentro. No miré
el reloj, las calles estaba cada vez más solas y la luna como bola de fuego me
observaba.
Mi curiosidad se hacía más grande a
cada paso. Cuando llegué a Cuauhtémoc miré su sombra en la esquina, me llamó,
fui a su encuentro. Había dejado en el piso una seña: “Si deseas conocerme
camina dos calles, dobla a la derecha y en un bar llamado La escondida
preguntas por Pepe. Él te dirá mi dirección. Así lo hice. En el lugar se
encontraban puros borrachos, cuando pregunté por aquel hombre todos callaron,
me miraron con recelo y alguien, de no muy buen aspecto, se acercó y me dijo: —La
princesa quiere verlo, avance siete cuadras y dé vuelta en el callejón, siga
entonces dos calles y en el barandal encontrará un recado.
En el barandal de madera una hoja
decía: “Señor Alberto, si ha llegado hasta aquí, supongo que acepta usted mi
invitación a cenar. Camine zigzagueando de izquierda a derecha hasta topar con
pared. Lo estoy esperando. Con respeto, La princesa”.
Para ser franco, en esos momentos me
dio un miedo terrible. Me sentí contrariado, ridículo. La belleza de la
princesa me tenía totalmente hipnotizado. Había caminado muchas calles y ella
se divertía a mis costillas jugando al escondite. Además seguramente mis hijos y Natalia
familia estarían preocupados, miré el reloj instintivamente, se paró a las 10:13,
ahora no tenía ni conciencia del tiempo. Estuve a punto de desistir de la cena.
Di media vuelta y escuché su voz —Alberto ¿Quieres conocerme? Sígueme.
Con mil preguntas en la cabeza
continúe caminando en la forma indicada. Me preguntaba por qué sabía mi nombre,
qué le interesaba de mí, a dónde me conducía. Llegué, y al topar con la pared unas letras luminosas decían: “Te necesito.
Ve hacia la derecha, ahí te espero”.
Estaba perdido, había caminado tanto
que no sabía el lugar donde me encontraba. La obscuridad de la noche era densa.
Las nubes de junio habían tapado con su manto la brillantez de la luna. Me
encontraba en un barrio desconocido, nadie en la calle, sólo los recados que me
llevaban a perderme cada vez más y sin la voluntad para desistir de conocerla.
Además, me necesitaba. ¿Para qué? La curiosidad y el morbo se acrecentaban con
los recados, mis pasos se apresuraban a su encuentro.
Las calles pavimentadas dejaron de
existir, caminaba en terracería, a la derecha unas calles a la izquierda en otras.
No había luz y un aroma pestilente comenzó a provocarme nauseas, un olor a baño
público y huevo podrido llenaba el lugar, las casas estaban ahora más separadas
y hechas de cartón. Imagino que me encontraba fuera de la ciudad. La princesa
me conducía con delicadeza y acrecentando mi curiosidad a, lo que supuse, era
su hogar.
Luego se acabaron las calles, las
casas; todo era un terreno baldío. Estaba asustado. Pensé en la posibilidad de
un asalto, pero si me querían robar no era necesario llevarme hasta donde había
llegado; lo hubieran hecho en el callejón, en la pared luminosa, cuando dejó de
haber luz. No, no era un asalto. Entonces por qué me llevaba tan lejos. Me
preguntaba esto cuando entré por el puente, el olor a caño viejo se hizo más
intenso. Caminé por un túnel o cueva totalmente obscura. Su voz me hizo pegar
un grito. Se escuchaba diferente, rasposa y vieja, pero estaba seguro que era
la misma voz seductora que había escuchado antes:
—Alberto sigue por todo el corredor y
no temas, la cena está lista.
Así lo hice, me encontré con un
espacio enorme donde unos trozos de madera simulaban una mesa y una piedra
servía de banco. El lugar estaba iluminado por una especie de antorchas
desconocidas para mí, que daban una luz grisácea. En la mesa, por llamarle de
algún modo, había un gran pedazo de carne, un montón de maíz, pan duro, trigo y
otros granos que no recuerdo; también había un vino tinto y un vaso de cristal.
El espectáculo era realmente aterrador. Di media vuelta para salir huyendo
cuando su voz me detuvo.
—Alberto, siéntate, eres mi invitado a
cenar, sírvete vino y come lo que desees de la mesa. Esta es tu casa.
Me molestó su actitud, me había
invitado a cenar con ella y ahora quería que cenara solo, después de haber
caminado infinidad de calles. Su voz había cambiado y ahora tenía unos deseos
inmensos de verla. Recuerdo que le dije: —Princesa, ¿me has traído hasta aquí
para dejarme comer solo? Deseo verte, platicar contigo. Ella soltó una
carcajada que retumbó en mis oídos un buen rato.
—En el momento en que me mires dejarás
de desearme, en realidad te he invitado para platicar, deseo saber más de ti,
de tus gentes.
Le respondí que platicaríamos todo lo
que quisiera con la condición de que se presentara ante mí. La imaginaba
realmente hermosa, aunque solo fuera su voz y esos ojos enigmáticos, ascuas que
me transportaban a un lugar lleno de diosas. Quería tocarla, saber su aroma, su
color de piel.
Cuando la vi estuve a punto de caer
desfallecido, sus enormes ojos me miraban fijos, creo que eran intensamente
rojos, me perdí totalmente en ellos, medía como tres veces lo que yo mido de
estatura y era gorda, llena de pelos en todo el cuerpo. Era realmente hermosa,
sus patas o manos terminaban en uñas encorvadas, sus orejas substancialmente
chiquitas con el resto de su cuerpo. Sus blancos dientes parecían dos hileras
de colmillos humanos. No vi donde terminaba su cola perdida en el túnel de
donde salió. Al ver todo esto, imagínense como estaba, asustado, maldecía el
momento en que me atrapó. Estaba seguro de que yo sería su cena predilecta. La
miraba fijamente, temeroso de que notara mi nerviosismo. Ella comenzó a hablar
mientras yo planeaba el momento para escapar y regresar a casa.
—Te he elegido a ti para hablar
por ser un poco más humano que los de tu raza. He venido observando tu conducta desde hace algunos años. Todo
lo hemos planeado cuidadosamente los de mi raza. Esta raza que ha sido
maltratada y asesinada por la tuya. Estamos hartas de ser perseguidas. La única
diferencia entre nosotros es que su desarrollo es diferente. Están más
avanzados en su perfeccionamiento, si estuviéramos igual, nosotros sembraríamos
nuestra propia comida, nos evitaríamos tener que asaltar los graneros. Y por
supuesto no andaríamos mendigando en los basureros de las casas. Te hemos
escogido a ti para que les digas a los humanos que estamos desesperados por
tanta crueldad, diariamente mueren muchísimos hermanos míos, aplastados,
envenenados. Nosotros no les hacemos ningún daño.
Yo
estaba completamente asombrado con sus palabras, no sabía que responder. Tenía
miedo a ser atacado pues su vos se tensaba y enojaba rotundamente entre más
hablaba. Luego me miró con una tristeza profunda diciendo:
—Somos
una raza de paz, entre nosotros no nos maltratamos ni hacemos daño, con la
masacre diaria de ustedes tenemos suficiente. No entendemos su actitud. La
nuestra es de sobrevivencia, tenemos que comer algo y unos granos de los que
ustedes desperdician son nuestro alimento. ¿Por qué nos odian tanto?
Nunca
pude responderle nada, salí de la cueva y regresé a casa como si conociera el
camino, nadie creería lo que me sucedió, nadie. He tratado de regresar a la
cueva pero siempre me pierdo. Seguramente tú tampoco me crees, pero si alguna
de estas noches encuentras una invitación a cenar acéptala o es que acaso ¿no
quieres conocerla?
domingo, 11 de marzo de 2018
Y si despierto
Y si despierto
Te
despiertan los grillos. Una noche más dando vueltas por la cama. Decides dejar
las cobijas, comer algo. Vas al refrigerador para darte cuenta de que hace días
no pasas por el mercado y que nada de lo que hay se te antoja. Eliges tomar
agua. Regresas a la habitación, vas directo al espejo para constatar las ojeras
de meses.
Son las tres
de la mañana y los grillos no callan, enciendes la luz, quizá un poco de
lectura te relaje. El repiqueteo constante de los grillos no te permite
concentrarte, buscas por todo el departamento el insecticida, son las cuatro y
los grillos han callado, intentas dormir un poco, mejor dormir que dispersar
ese olor a mata bichos por todas los rincones, te acurrucas, estás a punto de
dormir cuando empieza el ajetreo de los camiones, un claxon, un chirriar de
llantas, te enderezas, vas por un poco de papel de baño y te haces unas
orejeras, ahora sí, te dices, nada será capaz de despertarme. Regresas a tus
cobijas bostezando, miras el reloj, las cinco, en una hora tendrás que empezar
tu día. Decides retrasar el despertador hasta las siete, te recuestas, el
teléfono timbra insistente, con fuerza, estiras el brazo hasta llegar a la
bocina, contestas adormilada, un poco mareada y con los ojos pesadísimos, ten
llaman porque es la hora de tu clase, les dices que estás cansada, que no vas a
ir, que te deje en paz, que se ven más tarde y cuelgas como si ellos fueran los
culpables de los grillos. Cierras los ojos y te sientes culpable. Imposible
volver a dormir, los grillos han empezado su concierto.
Sales de
casa, caminas como entre sueños, el silencio se te hace eterno y lo imaginas
como a los grillos que no te dejan dormir, tu silencio es igual y rompes a
llorar, regresas a tu departamento con el refrigerador vacío y el concierto de
algún grillo que te aturde.
Emilia tiene
los ojos secos dice la gente. La verdad yo la veo igual desde hace cinco años,
su rostro moreno brilla de luz donde se pare. Hace meses que no sale conmigo,
dice que tiene sueño. La verdad hace meses también que le hago gran parte de su
trabajo, lo cierto es que algo le preocupa, no me atrevo a preguntarle porque
ella siempre me platica todo pero esta vez se trae algo turbio, seguramente
tiene que ver con la muerte de su abuelo. A la mejor le dejaron una herencia.
No, me lo habría contado, seguramente es al contrario: le están pidiendo el
departamento, eso es, cuando llegue le voy a ofrecer mi casa y asunto
solucionado, volverá a ser la de antes y no tendré que ir solo a ningún lado.
Edgar te ha
invitado a su casa. No sabes si aceptar. La verdad es que no quisieras dejar
tus cosas abandonadas. Además te preocupa la gente. Qué van a decir de ti, de
que vivas con un hombre, todavía tienes la ilusión de casarte de blanco,
todavía crees en el amor. Por un momento dudas, pero la insistencia del canto
de los grillos a pesar del insecticida, te hacen decidirte. Empacas en una
pequeña mochila. Sólo será por unos días, te dices, y sales apresurada
sintiendo como se alejan los grillos, su rumor.
En el auto,
pones algo de música a todo volumen y te sientes libre; tan libre que te
sueltas la ridícula cola de caballo que desde hace meses te acompaña. Decides
ir a comprar algo para cenar y no llegar a casa de Edgar con las manos vacías.
En el fondo tratas de retrasar tu arribo, te sientes turbada, vas a la casa de
Edgar como si fueras a una cita amorosa. Eliges un pan de centeno y queso.
Sales de la tienda no sin antes mirarte en el espejo y reconocerte bella.
Edgar te está
esperando. Te ha cedido su habitación y ha mudado algunas de sus cosas al
estudio. Te invita un café y por no caer mal aceptas. Sabes que quizá te haga
daño y no puedas dormir, pero lo bebes despacio. Escuchas la voz de Edgar sin
entender nada, no dejas de mirar sus labios, tienes ganas de que esos labios te
besen. Sabes que él jamás lo hará. Te descubres queriendo estar en sus brazos
te ruborizas y él te pregunta que si te sientes mal. Dices que es el café y
tienes sueño. Se despiden, cuando giras hacia tu cuarto mueves las caderas,
imaginas que te ve, que irá tras de ti, y sí, él te ve pero como desde hace
años, se reprime.
En cuanto
llegas al cuarto de Edgar te sientes observada. Te desnudas y cubres tu cuerpo
con un camisón ligero. Hace frío, y no tardas en estar bajo las cobijas que
huelen a Edgar. Su aroma y el silencio te envuelven. Abres un libro que está en
el buró. Se va la luz, tienes miedo. Edgar llega con una lámpara de gas butano.
Te abraza cuando te ve temblando, en menos de lo que piensas caes en un sueño
profundo. Te despiertan un poco sus besos. No puedes moverte del todo pero te
sientes bien. Piensas que estás tan lenta en tus movimientos a causa de tantos
meses sin dormir. Estás feliz porque ahora Edgar te tiene entre sus brazos,
aunque también han dejado de moverse. Sus labios siguen en tu boca. Te besan
cada vez más despacio. Tienes ganas de acariciarlo pero no puedes moverte Te
molesta un poco su peso e intentas deslizar su cuerpo, imposible, has dejado de
sentir la pierna izquierda Piensas que es parte del sueño, ves el reloj, son
las seis e intentas ponerte en pie para un nuevo día. Se te cierran los ojos.
Tratas de hablar y de tu boca no salen palabras. Te das cuenta de que no emites
ningún ruido. Escuchas a Edgar decir que te ama. Quieres decirle que también
pero no puedes. Una especie de nudo en la garganta te ahoga. Sientes que te
asfixias y por más que quieres respirar el nudo te oprime, se hace más intenso,
te sofoca. Escuchas un grillo, dos, un concierto de grillos invade la
habitación. No te molestas. Te sorprendes como el ruido se hace rumor y
desaparece. Miras el reloj al momento en que descubres que no era un grillo si
no el timbre. Son las siete, hora de salir al trabajo y tú sin poder moverte.
Dos extraños
entran a la habitación. Te entra pudor al saberte desnuda y no puedes hacer
nada por evitarlo. Hombres van hacia a ustedes, los separan. Uno de bata blanca
se acerca a tus labios, intenta darte aire, tratas de moverte y no puedes.
Escuchas tu nombre, es Edgar.
Los hombres fueron
cayendo lentamente junto a ustedes, no te diste cuenta en que momento ya estaban
a tus pies y otra vez los grillos. Cuando llegaron más rescatistas y los
sacaron en camillas escuchaste tu nombre: Emilia.
Te ves
rodeada de los hombres de blanco, te cierran los ojos y te cubren. Observas a
Edgar que lucha por la vida, escuchas como dice tu nombre. Te culpas de todo. Te
desespera saber que él tampoco puede moverse, que has muerto, que fue tu miedo
a la oscuridad lo que hizo que el prendiera esa lámpara, lámpara vieja, lámpara
de muerte.
Emilia es lo
último que dicen los labios de Edgar.
lunes, 5 de marzo de 2018
Historias del Perro
Historias del Perro
Se
llamaba Mauricio de los Santos sin embargo todos en el pueblo le decían: el
Perro. El lugar donde vivía era pequeño así que gran parte del pueblo lo conocía
y, aunque ahora era un joven muy bien educado, le temía.
Mauricio fue
un niño inteligente, travieso y alegre. Después de clases jugaba futbol con sus
compañeros de quinto y luego caminaba con Rutilo hacia su casa. Le pusieron el
perro por una anécdota desgarradora. Al Perro le gustaba coleccionar calcomanías
ya fueran de papitas, o de su equipo predilecto. Fue un miércoles por la tarde
el día que empezó todo, su afición iba en aumento tenia imágenes de gatos,
boxeadores, futbolistas, coches hasta de imágenes históricas. Solo le faltaban
las que vendía desde hace días un señor afuera de la escuela, unas bellísimas
figuras de colores: estrellas, pelotas, arco iris. Tenía muchas ganas de tenerlas, intentó vender
alguna de sus colecciones a los de quinto, las de piedras redondas a los de
tercero, pero nada.
Por fin una
mañana, convenció a sus padre de que le dieran dinero, estaba feliz, ya que,
además, de alucinantes por sus tonos coloridos tenían aroma. Su madre le dio
dinero de mala gana, y el chamaco salió contento de casa rumbo a la escuela.
Al salir de
la primaria, en lugar de irse al futbol, compró sus figuritas, las estuvo
poniendo en sus cuadernos y rasco unas de ellas para olfatearlas, le gustó la
del olor a fresa y estuvo con ella largo tiempo, sus amigos lo llamaron desde
lejos, Mauri ya vente a jugar, así que dio una última aspiración a la de fresa
y se fue al tradicional tochito.
Sus
compañeros de equipo estaban brincando de contentos, en un ratito Mauricio
goleaba al equipo contrario, un gol tras otro, algunos de los niños ya ni
trataban de impedir los goles puesto que la fuerza con que le pegaba a la
pelota o las patadas que tiraba al contrario eran golpes demasiado rudos. Cuando
termino el partido, sus compañeros de equipo hasta lo cargaron. Era tal su
euforia que este pequeño terminó mojado en un río. De regreso a casa iba
platicando con Rutilo de su gran hazaña futbolística cuando se acordó de las
calcomanías, se las enseño y respiro su aroma, pero cuando Rutilo quiso
olerlas, Mauricio se le fue encima como animal salvaje. Comenzó a morderlo,
arrancaba pedazos de carne y seguía luchando contra Rutilo, que no hacía más
que defenderse y cubrirse la cara, se había convertido en un salvaje, en
alguien desconocido; gritaba que era el mismo diablo y quien lo vió, nunca tuvo
duda de ello.
Era un demonio, un perro con rabia, un perro endemoniado.
Lo demás es historia. Rutilo en el hospital,
los niños sorprendidos de tanta ferocidad. La tremenda regañiza de los padres
con Mauricio, la expulsión de su escuela, el desprecio de la comunidad, lo
inexplicable de su conducta y el temor de los otros niños.
Desde ese día le
dicen el perro. Sólo el Perro sabía que sucedió, sólo él sabe que las
calcomanías influyeron en su destino. El Perro sabe ahora, después de tantos
años, que esas bellas figuras que tanto anheló, contenían una droga que lo
convirtió en un verdadero perro de pelea.
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